Diciembre, en la ciudad, es un trajín,
un no parar, un terminar disuelto
en la masa sin nombre, en ella envuelto,
sin sosiego, sin pausa, sin un fin.
En mi pecho, en diciembre, el tiempo avanza.
Pasa el ayer por mi memoria viva
con ecos de nostalgia. Y la esperanza
mueve el alma a migrar, sedienta, arriba.
Arriba, el cielo azul, parece eterno
y entero es el consuelo que derrama.
Y así mi corazón suplica y llama
al fértil corazón de amor materno.
La Madre ha dado a luz, la luz me abriga,
y aclara lo que no distingue el ojo.
La Madre es un trigal, me da una espiga.
Me alegro, me arrodillo y la recojo.
Navidad 2021
La rúbrica del tiempo es un ramillete de poesía variada, actual y anclada en la tradición. Su autor, audaz poeta en la era de las series televisivas, se describe en sus versos como caminante de lo profundo en lo cotidiano, como un instrumento de cuerda y tosca madera que despierta armonías ocultas en las cosas.
En sus acordes sentimos una nostalgia becqueriana que invade al lector página tras página; notamos el paso del tiempo rubricado en cada composición, hecho tesoro en la memoria y tarea para el sabio preocupado por el sentido de la historia. De vez en cuando percibimos ecos de los cantares de Machado, voz del campo castellano. Todo el humano paisaje desfila aquí. Paisaje que es símbolo del alma. Una luz tenue dibuja sus aristas, pone en movimiento y fija, llenando de esperanza, las formas de lo transitorio.
Ex nihilo se esculpe este monumento literario desplegándose hasta desembocar en la Revelación (Apocalipsis). Y en medio de este Alfa y Omega, Prólogo y Epílogo, las cosas que vemos y tocamos (el campo, el arroyo, el pan, los tejados, el tren) y las cosas que no aferran nuestras manos (el otoño, el asombro, las horas, la necesidad, el atardecer), en fin, todo.
"...e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
infinità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare." G. Leopardi
A un tratto no ci fu, mancava il sole , le nuvole riempirono l’azzurro.
Come impaurisci tu, piccolo inverno, che nel calar d’April sei incassato nel dì della scomparsa dell’Ariete. Le rondini scongiurano la pioggia col lor volar nervoso di carboni: i cieli poi scribacchiano vivaci. C’è ancor nell’aria un trillo vagabondo, c’è ancor un’eco che distilla luce. A un tratto non ci fu, mancava il sole, le nuvole riempirono l’azzurro; nascosto ormai il tuo ciel, ma ancora vivo. Sento il soffiar del vento e non lo vedo e l’erba che ho strappato annega l’orto ancora. Mio malgrado i fiori calco nel campo colorito, verde tela, dove sta il merlo, il mio pensar guardando, e cantano gli uccelli sconosciuti nascosti al riparo dei cipressi.