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400 poemas para explicar la fe

Se acaba de publicar la segunda edición de esta antología de poesía religiosa donde el lector encontrará los grandes poemas de los autores clásicos y versos de poetas católicos actuales. El libro tiene una estructura temática. Una edición preparada por Yolanda Obregón en la editorial Vita Brevis. En esta antología tengo publicados cuatro poemas:

-Samuel

-Y la Madre bajaba…

-Soneto del caballero herido

-Lágrimas de Mónica

La obra se puede adquirir a través de Amazon en este enlace.

El umbral

Atravesar la puerta de la fe, no es cosa de un solo paso, es, más bien, un camino que dura toda la vida

pórtico de la caridad. Sagrada Familia
Pórtico de la Caridad. Sagrada Familia.

Pablo y Bernabé, inspirados por el Espíritu Santo, emprendieron un viaje con el fin de propagar la fe por tierras de Asia. Fue el primer viaje de San Pablo. El punto de partida fue Antioquía. Allí se clavó la punta de su compás y fueron trazando las rutas de su mapa: Seleucia, Chipre, Pafos, Perge, Iconio, Listra, Derbe. Llenaban su tiempo predicando y obrando milagros. Entre los oyentes, algunos se convertían, otros no. Cuando regresaron a Antioquía, reunieron la iglesia y contaron cuanto había hecho Dios con ellos y cómo habían abierto a los gentiles la puerta de la fe (Hch 14,27).

De este pasaje de los Hechos, Benedicto XVI recogió una imagen clara, sencilla y familiar para hablarnos de la fe. La fe es como una puerta, nos dice el Papa. Porta fidei, «la puerta de la fe», es el título que corona la carta apostólica con la que se nos convoca a acercarnos a una puerta singular, a cruzar el umbral de la fe. Comentemos brevemente los primeros párrafos.

Juan Pablo II nos había invitado a cruzar el umbral de la esperanza. Benedicto XVI nos recordó que hemos sido salvados en la esperanza. Más tarde nos habló de la caridad y hoy lo hace de la fe.

Imagen familiar. Todos hemos cruzado una puerta. La puerta siempre nos introduce, incluso si salimos de la vivienda, en ese caso nos introduce a la calle, o al jardín. Por la puerta pasamos de un espacio a otro, cruzar es cambiar de lugar, renovar los contextos en los que nos movemos. Si está usted en la cocina haciendo la comida, basta con que cruce una puerta para llegar al salón. Allí podrá sentarse en el sillón y ver un rato el televisor. Y así, gracias a una puerta, ha pasado del trabajo al descanso.

Pero también hemos pasado de la incredulidad a la creencia, de vivir sin Dios a gozar de la comunión con Él. Esta puerta nos introduce en la vida en Dios y en su Iglesia.

Tome el lector un lápiz y trace dos líneas paralelas verticales algo separadas, después una estas dos líneas por la parte superior con una línea horizontal. Ya tenemos el dintel y las jambas de nuestra puerta. Sobre el dintel escriba la palabra «fe» y si quiere, a modo de rótulo incluya «Hch 14, 27». He aquí una imagen de la puerta que seguiremos contemplando.

Tenemos también la experiencia de estar leyendo cómodamente en una habitación cuando oímos una voz que nos habla. A lo mejor algún miembro de la familia nos llama para que le hagamos un favor o simplemente porque quiere decirnos algo. Siguiendo su voz, dejamos la lectura y nos introducimos en otra estancia de la casa –a través de otra puerta, claro- para encontrarnos con la persona que nos convoca.

La puerta de la fe se cruza cuando oímos la Palabra de Dios, anunciada por los pastores, y el corazón la acepta y se deja transformar por ella y emprende así el camino de la fe. Por eso dibujaremos una Biblia abierta y la pondremos con cuidado y reverencia sobre el umbral de nuestro dibujo.

Sin embargo, atravesar la puerta de la fe, no es cosa de un solo paso, es, más bien, un camino que dura toda la vida. Es como si esta puerta no fuera más que el marco de un largo pasillo cuya longitud son los días de nuestra vida. Por eso tendrá usted que coger de nuevo el lápiz y dibujar cuatro líneas que, desde cada esquina de la puerta, converjan hacia el interior del vano donde repetiremos el dibujo de la puerta –dos líneas paralelas verticales y una horizontal uniendo las verticales- esta vez más pequeño, con lo que vislumbraremos el final de nuestro camino. El inicio del camino de la fe empieza con las aguas del bautismo. Es un fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia. La meta, el destino o fin es el encuentro con el Dios con el que ya hemos entrado en comunión, lo cual sucede cuando, en virtud de la resurrección de Cristo, hayamos resucitado también nosotros: es el gozo de la resurrección. Dibuje pues el lector dentro de la segunda puerta las palabras: comunión, gozo, resurrección.

Mientras cruza la puerta de la fe, que se ha vuelto pasillo, ha sentido la firmeza del suelo que pisa y el sostén de las paredes laterales. Ese cimiento y columna es la Iglesia que le lleva desde las aguas del bautismo hasta Dios. Ella proclama la Palabra con la que creemos, nos inicia en la vida de fe con los sacramentos, nos guía, nos sostiene, nos levanta si hemos caído. Nos enseña también y nos corrige si es necesario. Todo para que no erremos el camino que conduce al encuentro con Dios. Un pequeño baptisterio sobre la Biblia y la palabra iglesia rotulando el suelo, paredes y techo completarán nuestro dibujo.

Nos encontramos en el umbral. El 11 de octubre de este año empezará el año de la fe que concluirá el 24 de noviembre del 2013 con la fiesta de Cristo Rey. Ya falta poco. Usted que camina por las calles del mundo y que pasa por delante de tantas puertas, deténgase ante esta  puerta singular, pise su umbral. Unos lo cruzarán, otros no, como ocurría ya en tiempos de San Pablo. Pero nosotros, no perdamos la fe ni la esperanza. Entremos.