Una arenga para la Cuaresma

Ante un enemigo superior a nosotros, nuestra confianza hay que ponerla en alguien más poderoso que el enemigo, o en algo más robusto y firme que rechace el ataque hostil. Dios es para nosotros la mejor fortaleza y el más bizarro de todos los ejércitos

praesidiumUno de los símiles usados por la Escritura para hablarnos de la vida espiritual es el de la batalla. El santo Job nos decía que la vida del hombre sobre la tierra es una militia (Job 7, 1). San Pablo pasa revista al ajuar bélico del miles Christi exhortando a los efesios a que se revistan de las armas de Dios para poder resistir las asechanzas del Diablo (Ef 6, 10-18). La cristiandad medieval se sirvió también de estas imágenes para espiritualizar la caballería. (Véase, por el ejemplo, el Libro de la Orden de Caballería de Ramón Llull o el anónimo de La búsqueda del Santo Grial).

Y fue admonición de guerra lo que advertí yo la mañana del Miércoles de Ceniza al celebrar misa cuando –en latín- recité la oración colecta. Al rezarla, advertí que estaba en medio de una batalla, que era urgente levantar una empalizada para defenderme, y yo mismo me vi como un soldado, que con armas espirituales, luchaba contra los ímpetus del enemigo.

Sin embargo, todo esto se esfumó de mi mente, cuando, más tarde, leí las traducciones españolas de esta rica oración. He comparado dos traducciones. Una -de entre todas las expresiones bélicas- sólo conserva la palabra lucha. La otra, se sirve un poco más del lenguaje de la guerra: fortalecer, auxilio, combate cristiano. De todas formas, ninguna de las traducciones era capaz de sumergirme en la refriega de una pelea.

A continuación, intentaré desglosar la oración latina de modo que nos enriquezcamos de su tesoro espiritual.

Concede, nobis, Domine

Empezamos la Cuaresma con una oración de petición: «Concédenos, Señor…». «La obra que vamos a realizar no es nuestra, es tuya. Por eso concédenos lo que te pedimos, pues somos conscientes de que en la obra de la gracia nada podemos sin ti» (Mateo 19, 25-26). Seguimos en este tiempo las huellas de Cristo por el desierto interior y, como Él, habremos de ser tentados por el enemigo del alma. Que nos conceda el Señor el auxilio de su gracia.

Praesidia

Lo que esta oración le pide a Dios es el comenzar a poner los fundamentos del praesidium. Esta palabra significa auxilio, protección y defensa; la ayuda que concretamente nos puede brindar una guardia armada o una fortaleza. Le pedimos, pues, a Dios poder empezar a edificar esa ciudadela que nos servirá de auxilio.

Ante un enemigo superior a nosotros, nuestra confianza hay que ponerla en alguien más poderoso que el enemigo, o en algo más robusto y firme que rechace el ataque hostil. Dios es para nosotros la mejor fortaleza y el más bizarro de todos los ejércitos. Confiémonos al auxilio y a la protección de Dios con el salmista que dice: «Yo te amo, Yahveh, mi fortaleza, Yahveh, mi roca y mi baluarte, mi liberador, mi Dios; la peña en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio». (Sal 18, 2-3)

Sanctis ieiuniis

Es necesario levantar este auxilio-ejército-castillo; tenemos que construirlo. Dios quiere que, con su ayuda, edifiquemos nuestra salvación. «Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación» (Fil 2, 12). Tenemos que poner algo de nuestra parte. Las piedras que levantarán el alcázar son el santo ayuno, en particular, y las demás obras cuaresmales en general, oración y la limosna.

Militiae christianae

La fortaleza que ya se yergue en el horizonte del espíritu es para nosotros-la milicia cristiana, los soldados de Cristo-, que luchamos diariamente en el combate espiritual. Todo bautizado ha empezado a ser parte de este ejército espiritual que vive en su interior las guerras más atroces, las luchas más agobiantes. La vida cristiana no es para espíritus flojos, es sólo para valientes, únicamente para héroes. Lo más fácil es dejarse llevar por las apetencias de la carne; lo más arduo es luchar contra ellas, negándose a uno mismo como nos dice el Señor (Mt 16, 24). Es del cristiano la fatiga del salmón por remontar los ríos contracorriente.

Continentiae muniamur auxiliis

Todo lo indicado arriba es para que seamos defendidos[1] con la ayuda de la continencia, de la moderación y la sobriedad. El ayuno –no sólo del alimento, sino también de otras cosas superfluas que nos impiden el trato con Dios- nos obtendrá el dominio sobre nosotros mismos, la moderación y la sobriedad en el uso de las cosas. Es la vigilancia activa del hombre espiritual. Nos dice san Pedro: «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe». (1Pe 5, 8-9).

Pugnaturi contra spiritales nequitias

Nosotros, milites Christi, vamos a luchar contra la nequicia espiritual, contra toda maldad, perversidad e insidia del diablo.

Nuestra alma es ciertamente asaltada por el triple enemigo: demonio –león rugiente- , mundo y carne. ¿Quién no ha sentido nunca la lucha interior? Lo que sentimos, ¿no es acaso una verdadera batalla? El ejército del Diablo continuamente nos lanza tentaciones, saetas envenenadas, dardos y lanzas de egoísmo, soberbia y vanidad. Los siete lebreles de Satanás rondan por el castillo y todas aquellas sabandijas de las que nos habla la santa de Ávila, capitana de místicos.

Quiera Dios que con estas breves líneas renazca en nosotros el sentido del combate espiritual, y hagamos nuestra esta valiosa oración de la madre Iglesia que es como una arenga.

Alerta. Vigilemos desde la atalaya, con corazón despierto. En pie. Entremos en la armería de San Pablo y ciñamos nuestra cintura con la Verdad y embracemos el escudo de la Fe. (Ef 6, 14-18). Cimentemos nuestro castillo interior y elevemos sus torres con los sillares del ayuno, la oración y la limosna. La milicia cristiana, el soldado de Cristo, necesita de tal baluarte.

Manos a la obra, mis aguerridos soldados, que en esta hazaña nos va la vida.

[1] el verbo que se usa para indicar ser defendidos también tiene el sentido de construir, y fortificar. De modo que todo el sentido de esta oración nos invita a trabajar activamente en la obra del espíritu.