Generalmente cuando hablamos de educación nos quedamos con la sola idea de instrucción. Pensar esto es quedarse con una parte integrante del término y olvidar los elementos que la comprenden. La instrucción es la comunicación de ideas o conocimientos, como puede ser el teorema de Pitágoras que un profesor enseña a sus alumnos. Estos contenidos se dirigen a la inteligencia; sin embargo, el hombre no es sólo inteligencia, es también voluntad y corazón, y es también un cuerpo; por eso existe también una educación de la voluntad, una educación física, etc.
¿Qué es la educación?
El hombre, privado de instinto animal, desde su nacimiento necesita ser conducido por sus padres en esta enorme labor de ser hombre. Debe ser alimentado, protegido, se le debe enseñar una lengua, ciertos hábitos de comportamiento en sociedad, etc. Advertimos por tanto que el hombre no nace sino que debe perfeccionarse en el tiempo. La naturaleza humana exige ser perfeccionada, ser acabada, llegar a la plenitud. Esta plenitud, o el llegar a un grado de excelencia, es lo que los griegos llamaban areté y se puede traducir por la virtus de los latinos. Por tanto, el término virtud, que a nosotros nos suena con connotaciones morales, no tiene primariamente este sentido. Los antiguos eran conscientes de que todo ser, según su propia naturaleza, debía adquirir un grado de plenitud, de excelencia. Así, por ejemplo, un caballo virtuoso sería aquel que alcanzara mayor velocidad en la carrera, era pues un animal excelente, el mejor en el correr.
En este sentido podemos definir la educación como el desarrollo de lo humano en el hombre, la promoción de todas sus virtualidades perfectivas que están latentes en su naturaleza humana y le hacen alcanzar el estado de virtud. Últimamente se ha hecho más común emplear el término valor en lugar del de virtud. No es el caso discutir aquí si son o no equivalentes, aceptémoslos como sinónimos siempre y cuando entendamos el valor como una cualidad objetiva de los seres y no como un proyección subjetiva. Un valor debe ser algo necesario y absoluto tanto para el hombre de hoy como para el de mañana, pues es un aspecto del bien.
Jerarquía de valores
¿Cómo podemos establecer una adecuada jerarquía de valores? Para que tal jerarquía no sea arbitraria debemos analizar la naturaleza humana. Descubrimos en el hombre -unidad de cuerpo y alma- tres dimensiones. La primera, relativa al cuerpo material, es la dimensión orgánica o biológica. La segunda y la tercera dimensión son relativas al alma: la dimensión racional o lógica y la dimensión moral o ética. A partir de aquí podemos discernir los tipos de valores.
Pongamos en el centro los valores intelectuales o espirituales. Éstos se mueven a la búsqueda de la verdad (valores teóricos, propio del entendimiento especulativo que ordena las ciencias) o del bien (valores prácticos) o de la belleza (valores técnicos, en cuanto que la razón técnica obra sobre la naturaleza mediante las artes, los oficios, etc.)
Ascendamos ahora en la escala de valores. ¿Qué ocurre si el hombre, en vez de trabajar sobre la naturaleza externa (la construcción de una casa, la elaboración de una pintura) obra sobre sí mismo para obtener su perfección? Es la búsqueda del bien en la propia naturaleza humana, la razón obra sobre sí misma para gobernar sus tendencias. Estamos ante los valores morales. Para cuyo ejercicio nos servimos de las virtudes morales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Estando la prudencia en el ámbito del intelecto y de la voluntad, pues es virtud rectora. Un paso más en la escala nos lleva a la cima, los valores religiosos. Se completan con ellos los valores morales al toparnos con los sobrenatural. Estos valores nacen de la apertura de la persona a Dios.
Descendamos ahora un escalón desde los valores intelectuales. Nos encontramos con el hombre que se relaciona con otros hombres. Aparecen aquí los valores sociales y políticos. Un paso más abajo nos lleva a los valores vitales, el encuentro del hombre con su vida orgánica. Y finalmente, en el último grado, hallamos la relación que tiene el hombre con las cosas materiales, es decir, los valores materiales o económicos.
Por tanto, la jerarquía de valores quedaría así, empezando con los valores supremos: religiosos, morales, intelectuales, sociales y políticos, vitales y materiales. Somos conscientes que nuestra sociedad actual ha invertido la escala de valores, ya no tienen prioridad los valores religiosos y morales; lo vemos en el caso de los países cuya legislación ningunea las clases de religión en la escuela. Parece que nuestro mundo prefiere los valores económicos y vitales. ¿No advertimos cómo se cultiva el cuerpo, cómo se busca la salud, como un fin, sin preocuparse de la educación moral, de la conciencia, del sentido religioso? ¿No acapara hoy la economía todas las dimensiones del hombre? Hasta se piensa que hay calidad en la educación simplemente porque se invierte mucho en ella, porque se gasta mucho dinero. Los valores materiales no son malos, el problema es que no son los primeros; uno se preocupa más por tener un buen coche o el móvil de última hora que por tener una voluntad recia o una ardiente fe para soportar el sufrimiento y las adversidades de la vida.
¿Qué hay que educar?
Efectivamente hay que educar al hombre, pero analicemos brevemente qué aspectos del hombre hay que educar. Los valores enumerados arriba están en el hombre de forma virtual, de forma latente, nos queda, pues, la tarea de suscitarlos llevando al hombre a la perfección, a su estado de virtud. Para eso esta la educación, y habrá un tipo de educación según los diversos valores: educación religiosa, moral, intelectual, técnica, sensible y física.
Habrá que educar, pues la cabeza; es decir la inteligencia con la doctrina, las ideas, los conocimientos de las diversas disciplinas científicas. Es importante también la educación de la sensibilidad, de los afectos, del corazón, pasando del sano amor propio al amor de los demás. La educación de la praxis va desde el conocimiento del fin hasta la ejecución pasando por la deliberación: ¿Cuál es mi fin? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo lograrlo? Una completa educación lo es también del cuerpo, la educación física, tan valorada hoy en día. Los latinos decían que había una mente sana en un cuerpo sano, y es muy cierto; por ejemplo, el máximo rendimiento intelectual tiene mucho que ver con un organismo sano: suficientes horas de sueño, buena alimentación, etc. Por eso advertimos que un valor superior está condicionado por el que le precede. El secreto de una buena educación está en la armonía, en la auténtica adaptación de todos los valores siguiendo la jerarquía establecida según la propia naturaleza del hombre. Hay una jerarquía de valores y una jerarquía de la educación, del cumplimiento de esos valores.
Cómo educar en las virtudes (o valores)
El hombre antiguo, me refiero al pueblo griego en particular, lo tenía muy claro. Educaba en las virtudes mediante los personajes ejemplares. Pensemos en la Ilíada o en la Odisea, en una sociedad donde apenas hay leyes escritas los deberes se transmiten mediante modelos de forma oral. Aunque los ideales homéricos están destinados a un grupo de la sociedad muy característico, la aristocracia, me interesa señalar el medio de educación: el ejemplo. Más tarde, la tragedia griega intentará hacer lo mismo aunque a otro tipo de sociedad. De estos dos ejemplos, la épica y la tragedia, se concluye que la literatura ha sido uno de los medios más aptos para mostrar modelos y antimodelos, enseñar lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. También la fe no tiene mejor forma de transición que el ejemplo, el testigo. Por eso la fe cristiana ha mostrado las vidas de los santos para la edificación del pueblo de Dios, presentando modelos reales de amor a Dios como para decirnos «si otros pudieran tú también puedes». Las manifestaciones artísticas son un medio apto para esta tarea, el arte, la literatura. Ahora bien, al transmisión de estos valores llega a nuestras manos gracias a una tradición.
La tradición es una herencia, es la entrega de un patrimonio de generaciones pasadas a generaciones presentes. Es decir, la tradición comunico algo, un modo de ser, una razón, un canon y una medida para el pensar y el obrar. Al fin y al cabo nos habla de Dios, origen y meta del hombre. Lo contario a la tradición sería el nihilismo, el culto a la nada, el vacío, el escepticismo. El mundo occidental tiene una gran herencia que se está viendo atacada, una tradición que es griega, judía y cristiana. La llamada crisis de los valores se refiere a esto: vivimos en una crisis del ser, de la razón y del sentido; vivimos en una sociedad que ha invertido la jerarquía de valores. Y esto se manifiesta en el arte, en la literatura, en la educación actual.
La sede principal de la educación es la familia. ¿Dónde se debería desarrollar mejor el ejemplo sino en ella? La familia es la célula originaria y principal de la sociedad. No hay institución que la preceda, la familia nace del matrimonio. Y de la familia nacen las demás instituciones: municipio, Estado, etc. A la familia compete en primer lugar la educación de los hijos y una educación en todos los niveles, aunque para algunos deba servirse de las instituciones que ofrezca el Estado, como las escuelas. Pero esta oferta de Estado no debe negar y anular la prioridad de la familia como educadora, le toca a ella por derecho natural.
No hay que olvidar tampoco la relación entre educador y educando, dos polos que se dan tanto en la familia (relación padre hijo) como en la escuela (relación maestro alumno). Nos encontramos pues una causa (educador) y un efecto (educación) siempre con la colaboración del educando. Son las personas las que educan, sólo de manera indirecta educan otros elementos como los instrumentos (bibliotecas, vídeos, etc.) o el ambiente natural y social. El educador goza de autoridad, algo que se está perdiendo en nuestra sociedad occidental. El educador tiene autoridad porque aumenta, perfecciona la vida de alguien. El educador tiene el bien y la verdad que busca el educando. Aunque esa verdad y ese bien que posee y ofrece el educador es participado por Dios, Dios la posee en grado sumo. La experiencia, propia de la mayor edad, confiera también autoridad al educador.
Nuestro principal cometido será vivir como verdaderos educadores (en la casa, en la escuela, en la catequesis, etc.), que los niños y jóvenes sobre los que tenemos influencia educadora aprendan la recata jerarquía de valores. Y enseñemos no sólo con la doctrina sino también con el ejemplo, especialmente en lo que a enseñanza religiosa se refiere.
La educación es, pues, el medio propio para que el hombre se perfecciones como hombre, se haga virtuoso, desarrolle los valores que están latentes en su naturaleza. La educación busca dar al cuerpo y al alma -como tan magistralmente lo definió Platón- toda la belleza de que son susceptibles.
El término graaus (graal en forma de complemento) proviene de la lengua de oíl1. Su correspondiente latino gradalis indica un gran plato hondo, una especie de bandeja, presente en las mesas medievales. Otros opinan que el origen es el término latino gradale (síntesis de crater, especie de vaso ancho, y vas garale, recipiente donde se servia la salsa latina garum).
La leyenda medieval, en su fase final, habla por tanto de un vaso o plato místico que aparece en los libros de caballerías y se supone que sirvió para la institución de la eucaristía. En ese vaso José de Arimatea recogió la sangre que brotaba de las heridas de Cristo en la cruz. Pero, como veremos, la interpretación eucarística no está clara desde el nacimiento de la leyenda sino que se fragua posteriormente.
Hemos dicho que la leyenda del Grial nace en la Edad Media, en particular bajo el marco de las novelas de caballerías. Sí, esas historias donde un caballero realiza una gran empresa en medio de mil dificultades, donde rescata princesas o mata un dragón y termina dueño de una ínsula. Pero la cosa no es tan sencilla. Los destinatarios de estas obras son, generalmente, caballeros que encuentra en esas lecturas no sólo diversión sino también instrucción.
Para el caballero esas obras son una especie de ética, y en la literatura épica encuentra los modelos para su oficio. Pero, claro, los dragones y los ogros no existen, entonces, ¿qué iban a aprender ahí?
En general, estos libros se pueden dividir en dos categorías. Una sería la épico-religiosa donde se ofrecen las hazañas de héroes como Carlomagno o Roldán, es decir, la gesta por la fe, las cruzadas. Otra categoría, la alegórica-romántica, sería la de héroes como Arturo y Lancelot, por tanto, la aventura romántica y también mística. Y es en esta segunda categoría donde nace la leyenda que nos ocupa.
Acerca del Grial la Edad Media recoge varias leyendas que se entrelazan. Los primeros datos literarios del Grial son del siglo XII y nos los ofrecen Chrétien de Troyes y Robert de Borron.
Chrétien de Troyes escribió Perceval, ou le Conte du Graal (anterior a1190). En la obra, el Grial es una copa acompañada de una lanza ensangrentada. Pero no deja claro qué significa, aunque está claro que por medio de la copa cierto rey enfermo recupera la salud. La obra quedó inconclusa, y el hecho movió a otros escritores a crear el ciclo a partir de esta novela. Entre 1180-1200 aparece el Roman de l’historie du Graal de Robert de Borron. Aquí el protagonista es José de Arimatea.
Un siglo después, un monje cisterciense (o un personaje afín al císter) en un texto alegórico novelesco, la Queste dal Graal, ofrece de él una alegoría propiamente eucarística: el Grial sería la copa que usó Cristo en la última cena y que José de Arimatea guardó. La lanza sería el arma de Longinos2. Y así se consolida la leyenda con la única lectura en sentido místico-cristiano.
La leyenda del Grial se extendió por toda Europa. Entre los siglos XIII y XIV aparecieron versiones alemanas, islandesas, castellanas, italianas.
Otra línea de la leyenda la ofrece la obra poética de Wolfram von Eschenbach, Parzival (1210). Habla de un libro (también hablan de él Cretien y Robert) que le ofrece la “verdadera historia del Grial”. Es el que da referencias templarias y sarracenas. Con frecuencia se ha presentado el Parzival como un producto de las cruzadas y de las relaciones entre Cristiandad y Oriente aunque no abandona el aspecto céltico.
El símbolo
Esto es lo que nos dice la literatura sobre la leyenda del Grial. Ya sabemos que las referencias eucarísticas se consolidan en la obra del anónimo monje cisterciense y esta interpretación se hace, en cierta manera, oficial. No hay que olvidar que el hombre medieval es consciente de que Dios se ha revelado en dos libros: La Biblia y el Libro del Mundo. Éste último se recoge en los símbolos de tantos Bestiarios3 y Lapidarios4 como en los pórticos, capiteles y vidrieras de las catedrales. En el universo medieval hasta el más insignificante de los seres se refiere al Creador. El Grial es, por tanto, un símbolo más, indicio y testimonio de la presencia de Dios. Pero, ¿qué significa el Grial? Unos dicen que nada, y así infravaloran los símbolos o los degradan a un nivel de evasión fantástica. Otros, por el contrario, pretender ver en cada gesto y en cada palabra una verdad que traducir. No compartimos ninguna de las dos posturas y creemos, con el adagio, que in medio est virtus. El Grial, tal como lo tratan los libros de caballería es un símbolo. Antes de ver qué simboliza el Grial en la Edad Media veamos qué interpretaciones se han dado de él en el siglo XX.
Interpretaciones
Algunos como Jessie Weston (en dos libros de 1909 y 1920) explican el mito del Grial como un ritual de fertilidad agraria, cercano a los ciclos de Atis y Adonis. Otros lo traducen con teorías esotéricas. No falta la versión psicoanalista, a lo Freud, cuya interpretación respondería mejor al símbolo de una cloaca.
Para otros la leyenda sería de origen céltica y se iría cristianizando progresivamente. Por tanto, un Grial de origen popular Bretón-Galés sobre el que se habría inserido la influencia de la inculturación cristiana.
Helene Adolf relaciona el símbolo con un evento histórico importante para Occidente: la caída de Jerusalén y la consecuente pérdida del ideal cruzado. El Grial, como custodia del verdadero cuerpo del Cristo eucarístico sería como un sucedáneo ideológico ofrecido a la caballería europea frustrada por no haber podido custodiar el sepulcro de Cristo.
Otto Rahn hace de él una derivación de las doctrinas cátaras. El Grial sería un paladión5 del catarismo. Y además, identificó el Monsalvato de Wolfram con la roca de Montségur (Pirineos), el último refugio de la resistencia cátara. Rahn retiene la posible existencia real de la reliquia. (En este artículo nos referimos al Grial como símbolo. No nos preguntamos por su existencia real, ni si sea o no la reliquia de Valencia o Génova.)
La mayoría de las tesis expuestas anteriormente no parecen convencer. Son, en muchos casos, interpretaciones reductivas y tendenciosas. Al fin de cuentas inmanentes y subjetivas. Es cierto que a los símbolos, por su naturaleza, se le pueden aplicar varios significados. Pero hay que tener en cuenta, para interpretarlos, el pensamiento medieval y las fuentes que usan los escritores. Es lo que intentaremos hacer a continuación.
La interpretación: respuesta a una tendencia
Uno de los dos autores que nos ofrecen los primeros datos literarios es, como hemos visto, Chrétien de Troyes. ¿De dónde recabó el material para componer el Perceval? El autor no inventa sino que transcribe un material arquetípico. ¿Cuál es el material mitológico-legendario precedente? La novela del Grial se enmarca en el ciclo artúrico y esta constatación nos llama a la tradición céltica y germánica. Para estas tradiciones la sangre es un símbolo que da vida, juventud, salud; pensemos en la “Fuente de la Juventud” y en el “Agua Viva”. Bajo esta luz el mito del Grial no es más que la búsqueda de un estado primordial, perdido: la inmortalidad. Y en este sentido sí que se podría hacer una relación con la eucaristía porque ella le da al cristiano la salud del alma, prenda de la inmortalidad futura, algo que no se alcanza en este mundo. El Grial no es algo aislado. Siempre aparece como fin de una aventura y siempre hay alguien -el caballero- que va en su busca. Hay que hacer un viaje (la peregrinación, la cruzada) cuyo término será una muerte física, o por lo menos, ritual. Y ese es el sentido del rito iniciático del ingreso a la caballería: muerte a la vida anterior, generalmente una vida de pecado que el caballero está dispuesto a purgar. Por eso su misión comienza con la penitencia o con la Cruzada en Tierra Santa o España.
Y es la idea del viaje la que nos introduce en lo que, en mi opinión, es la más auténtica y genuina interpretación, si atendemos a la fuente literaria como hemos hecho.
El Grial es símbolo de un viaje y de una búsqueda. La búsqueda del Grial es la empresa de los que buscan lo trascendente, el infinito, la inmortalidad, a Dios. Si en el Grial se ha recogido la sangre de Cristo, y la sangre es símbolo de inmortalidad, encontrarlo y beber de él dará la vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. (Jn 6, 54). De esta forma, como hace ver Attilio Mordini, el mito del Grial es uno de los ejemplos más altos de cómo el cristianismo ha constituido objetivamente el cumplimiento de las doctrinas espirituales precristianas y extracristianas.
El símbolo del Grial encierra tres elementos: el sujeto de la búsqueda (el caballero), el objeto de la búsqueda (el Grial, en este caso) y el camino (trayectoria, aventura). Pienso que este es el sentido más original de la queste, es decir, la búsqueda. El caballero es el hombre que tiene sed de inmortalidad y que a través de una empresa difícil la alcanza. El camino será peligroso, hay mucho que recorrer y hay que enfrentarse a muchos enemigos: animales monstruosos, dragones, gigantes, antagonistas… Pero al final del viaje, la victoria está garantizada, Dios es el único garante. El Grial, como símbolo, no es más que la inquietud de todo hombre, el de ayer y el de hoy: el anhelo de trascendencia6.
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1 – Lengua hablada antiguamente en Francia al norte del Loira.
2 – Nombre que se da al centurión que atravesó el costado de Cristo con la lanza.
3 – En la literatura medieval: colección de relatos, descripciones e imágenes de animales reales o fantásticos.
4 – Idem. pero relativo a las piedras preciosas.
5 – Objeto en que estriba o se cree que consiste la defensa y seguridad de algo.
6 – La fuente principal usada para la redacción de este artículo: Cardini Franco, GUERRE DI PRIMAVERA, Studio sulla cavalleria e la tradizione cavalleresca, Le Lettere, Firenze, 1992.
El nuevo breviario latino recoge un himno de vísperas de reciente composición: sol, ecce, lentus occidens. Escrito en dímetro yámbico, es una hermosa oración para rezar al final del día. Al caer la tarde, el alma, contempla cómo el sol muere y aprovecha este momento para pedirle a Dios, sol sin ocaso, que le asista.
Cuando el prior entró en la capilla, Fray Jerónimo estaba pintando el asombro de una Virgen arrodillada ante un ángel de luz.
«Hermosa Anunciación», dijo el prior. Fray Jerónimo dejó los pinceles y se volvió hacia su superior que aún hablaba: «cuando termine su jornada de pintura venga a mi celda, tengo algo que decirle».
Esa misma tarde Fray Jerónimo habló con el prior. El tema era el arte de nuestro fraile, un arte de tal belleza que su fama había saltado los muros del monasterio.
«Doña Leonor quiere que pintéis un retrato de su hijo Alfonsín», dijo el prior.
A nuestro fraile la cosa no le gustó mucho, aquello suponía abandonar la quietud de la celda. Era algo que desdecía de su vida contemplativa. Sin embargo, el prior había reflexionado y orado largo tiempo, y había concluido que el talento de fray Jerónimo era un signo de Dios. ¿Por qué no hacer la misma obra de evangelización fuera del convento? La obediencia llevó al fraile a subir, la semana siguiente, en el lujoso coche que envió Doña Leonor. «Dios sabe qué hace», se decía el fraile. Así fue cómo los pinceles de Fray Jerónimo salieron del convento.
Viajaba en el cómodo coche tirado por dos caballos y miraba por la ventanilla, con nostalgia, el suelo por el que deseaba estar caminando. Muchos viajes hizo el fraile del convento a la ciudad. Muchas y diversas calles recorrió por aquel tiempo. Porque después de Doña Leonor, le contrató Doña Casilda; y más tarde, el conde de Villarrincón; y después, muchos nobles más. Así que desde el coche a Fray Jerónimo se le pintaban en los ojos las calles de la ciudad. Percibió calles de luz colorada y calles de penumbra (lo que la gente común suele llamar barrios ricos y barrios pobres). Y en estos últimos barrios su sensibilidad descubrió ancianos olvidados, niños sin escuelas, gente sin iglesia y enfermos sin cuidados.
Un día decidió cobrar por sus obras. Hasta ese momento sólo había recibido la voluntad de los que le encargaban los cuadros. Se hizo pagar bien, para algunos, demasiado bien. Porque además amenazó con romper la obra si no se le pagaba la suma que pedía. Las demandas no bajaron, todos estaban dispuestos a pagar lo que fuera con tal de tener la firma del famoso fraile en sus casas, capillas o palacios.
El tiempo le trajo dinero, pero también enemigos. «¡Válgame el cielo! ¿Has visto cómo se hace pagar?» «Ese fraile anda ya gordo de dinero, menuda pobreza». «¿Qué hará con lo que saca? ¡Menudas comilonas se pegará!» La ciudad se llenó de rumores. A Fray Jerónimo le dolía aquello, pero le quitó importancia. Sabía que eso era la consecuencia evangélica del «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha». Porque nadie sabía (¿por qué lo tendrían que saber?) que el barrio de San Julían por fin tenía capilla. Doña Clotilde, enferma en cama desde hacía meses, tenía quien la cuidase. Una escuela se levantó en el barrio de San Martín. Y muchos necesitados recibían gratis medicinas de la nueva botica.
Cuando el fraile murió, “la gente” lo siguió criticando por algún tiempo. Pero para los beneficiados y para Dios Fray Jerónimo siempre fue y será un santo.
«Hombre, Fray Jerónimo, necesito de tu arte para decorar esta galería del cielo», le dijo Dios con cariño cuando le abrazaba en su bienvenida.
«Claro, Señor, pero ¿cuánto me podrás pagar? Es que aún tengo asuntos que resolver allá abajo». Y Dios y el fraile sonreían.